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Cosas mias, cosas nuestras

Esta supermega peich nace con el deseo de encontrarme con vosotros o mas bien de no alejarme de vosotros... nace en un momento de mi vida donde todo va a cambiar de una forma radical.... nace al mismo tiempo que comienzo a caminar hacia lo que siempre quise... hacia lo que siempre desee y para colmo con quien siempre soñe... Asi que..... chiquitineees chiquitinaaassss venir a verme de vez en cuandoo valee?????

4.9.04

!Que bueno eres MIllás!


Quizás alguno de vosotros ya lo ha leído, pero por si acaso no ha sido así, aquí os lo cuelgo, no podéis perdéroslo, merece la pena, a mí personalmente me ha encantado.

ESCRIBIR (II)

<< 13.15. Todos los tripulantes de los compartimentos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas.>>
Estas palabras, escritas por un oficial del Kursk en un pedazo de papel, tienen la turbadora exactitud que pedios a un texto literario. El autor está rodeado de bocas que exhalan un pánico que ni siquiera nombra. El mismo debe de encontrarse al borde de la desesperación pero no tiene tiempo ni papel para recrearse en la suerte. Ha de hacer, pues, una selección rigurosa de los materiales narrativos, y el resultado es esa obra maestra en la que, sin embargo, sólo cuenta aquello a lo que se puede asignar un número: la hora y la cantidad de hombres. En situaciones extremas, la literatura sale a presión, como por la grieta de una tubería reventada. El documento del oficial del Kursk es bueno porque es necesario. Mientras la muerte trepaba por sus piernas, el hombre se entregó con fría vehemencia a la literatura. Y de qué modo.
Naturalmente, lo que no dice ocupa más de lo que dice, pero lo ausente ha de aportarlo el lector, que es tan responsable de lo que lee como el escritor de lo que escribe. Sería absurdo comenzar una novela afirmando de un frutero que es bípedo. El lector tiene la obligación de saber que los fruteros son bípedos y que están dotados de cuatro extremidades con cinco dedos en cada una de ellas. Sin estos sobreentendidos primordiales, la escritura resultaría imposible.
Lo curioso es que un billete con cuatro líneas aparecido en el bolsillo de un cadáver responda de súbito a la vieja pregunta de para qué sirve la literatura. Sirve para contarlo. Todos aquellos que aspiran a escribir deberían recitar el texto del Kursk como una oración. Ser escritor, al menos cierto tipo de escritor, significa vivir rodeado de pánico percibiendo a tu alrededor bultos que pasan de un compartimiento a otro con los calcetines mojados. Y tú eres uno de esos bultos: aquel que, por encima o por debajo del miedo, está poseído por la necesidad de contarlo, aunque las posibilidades de que alguien lo lea sean muy escasas. Escribo a ciegas.

Juan José Millas