Prólogo
A veces, Amador, tengo ganas de contarte muchas cosas. Me las aguanto, estáte tranquilo, porque bastantes rollos debo pegarte ya en mi oficio de padre como para añadir otros suplementarios disfrazado de filósofo. Comprendo que la paciencia de los hijos también tiene un límite. Además, no quiero que me pase lo que a un amigo mío gallego que cierto día contemplaba pacíficamente el mar con su chaval de cinco años. El mocoso dijo, en tono soñador: "Papi, me gustaría que saliéramos mamá, tú y yo a dar un paseo en una barquita, por el mar." A mi sentimental amigo se le hizo un nudo en la garganta, justo encima del de la corbata: "!Desde luego, hijo mío, vamos cuando quieras!" "Y cuando estemos muy adentro-siguió fantaseando la tierna criatura- os tiraré a los dos al agua para que os ahoguéis." Del corazón partido del padre brotó un berrido de dolor: "!Pero, hijo mío...!" "Claro, papi. ¿Es que no sabes que los papás nos dais mucho la lata?". Fin de la lección primera.
Ética para Amador
Fernando Savater
<< Home